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La anciana y el contador

Buscar trabajo con 50 años largos es como intentar rematar un córner junto a Sergio Ramos: un empeño inútil. Puedes saltar mucho, pero no sabes sacar los codos. Puedes tener un buen currículo, pero no hay quien quiera contratarte. A esta edad, además, uno no puede trabajar de repartidor de pizzas por su prevención a saltarse el semáforo en ámbar. Ni de gogó, porque, en cuestión de baile, se quedó en Los pajaritos. Ni de pinche de cocina, porque sabe que la tortilla deconstruida, el huevo frito de los nuevos ricos, es un camelo con sal de escamas. 
Hace un año Cáritas alertó sobre el elevado desempleo de los que cuentan con medio siglo de existencia. La situación, que no ha variado mucho, afecta también a los que andan cerca de cumplirlo. La crisis de los cuarenta no tiene hoy una raíz existencial, sino económica. La pregunta ¿qué voy a hacer con mi vida? ha sido sustituida por ¿qué va a hacer la vida conmigo?, que es lo que se pregunta uno cuando no puede pagar la hipoteca. La pregunta, claro, es retórica porque sabido es que lo que hace la vida contigo es desahuciarte a través del banco, esa institución que considera que la caridad es un activo tóxico.
Y quien dice banco, dice compañía eléctrica, como la que cortó hace un par de meses el suministro a la anciana de Reus que ha fallecido en el incendio originado por la vela que le servía para iluminar sus noches. La empresa alega que desconocía la situación de la señora, y es posible, pero, si no hubiera pasado nada, no creo que le hubiera regalado dos bombillas led tras condonarle la deuda. De lo que se deduce que el suceso, aunque tiene un componente social, se deriva de un fallo de sistema educativo: nadie ha enseñado a la compañía que el contador de los pobres hay que leerlo entre líneas.  
 

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