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Atea, feminista, abortista... un bebé la acercó al Misterio y, más adelante, a la Iglesia que odiaba

Cynthia Scodova se educó en Estados Unidos en una familia protestante fundamentalista en los años 60 y 70. Su madre le enseñó muchas historias de la Biblia, memorizó algunos pasajes bíblicos y supo así de Jesús, que era bueno, una "fuente de amor puro".
 
Rebeldía adolescente y algo más
A los 15 años, época de rebeldía, se alejó de su iglesia fundamentalista. No le gustaba su grupo de jóvenes, se negaba a asistir al culto, le disgustaban sus "himnos especialmente tristes" y todo el mundo le parecía hipócrita. Esta puede ser una experiencia compartida por muchos adolescentes.

Pero en su caso se agravó cuando el pastor de la congregación anunció que en cierta fecha cercana llegaría el fin del mundo. Cuando se cumplió la fecha, y el mundo no se acabó, el pastor seguía en su púlpito sin pedir perdón ni dar explicaciones, algo que indignó a la joven. Cynthia se hartó así de la "religión organizada" a los 17 años.
 
Primero, la New Age, después feminismo y socialismo
Se introdujo en el mundo de la espiritualidad oriental y después de la New Age. Ya en el instituto leía el Tao Te Ching, el antiguo libro chino de sabiduría y filosofía taoísta. Después, al entrar en la Universidad Estatal de Ohio en 1978, adquirió de golpe toda la ideología feminista, marxista y atea, el paquete completo.
 
"Me sumergí completamente en los programas de Estudios de Mujeres, ideología marxista, comunismo, filosofías socialistas, literatura del imperio y escritos Nueva Era. Ni que decir tiene que me hice atea, no una atea tranquila, sino de las que salen contra la religión organizada de cualquier tipo", explica en su testimonio publicado en CHNetwork.
 
Anticatólica radical y abortista
"Yo aullaba como un espectro, en particular, contra el catolicismo, que consideraba un opresor de la mujer durante 2.000 años con su propagación. Yo, aventajada en el liberalismo académico secular y su lavado de cerebro, sentía que mi misión como mujer era desmantelar buena parte de la enseñanza cristiana", detalla Cynthia.
 
También era una activista pro-aborto. Defendía "el derecho de una mujer a escoger abortar", incluso en los casos de abortos muy tardíos por parto parcial, cuando sale casi todo el cuerpo del bebé excepto la cabeza y entonces se le mata. Acompañó a una amiga a abortar y con otras acudía a los centros de abortos a manifestarse ante los grupos provida.
 
Después estudió en el Columbus College of Arts and Design, un ambiente de artistas "ilustrados", de izquierda radical, completamente convencidos de que la religión y la vieja moralidad familiar eran opresión y opio para las masas. "Creíamos que debíamos hacer lo que nos apeteciese con nuestra sexualidad y nuestras mentes se convertirían así en divinidades pequeñitas para nuestros impulsos".
 
Llega el amor... y el matrimonio, esa cosa patriarcal
En este entorno encontró a su esposo. También era "progresista", "avanzado", "alternativo", etc... Pero no se definía como ateo. Se había formado en la fe católica de niño y aunque ya no la practicaba, no le gustaba criticar a la Iglesia.
 
"Aunque yo pensaba que el matrimonio era una imposición de la Iglesia y el Estado decidimos casarnos en 1989", señala Cynthia. Fue una ceremonia compleja, con un pastor presbiteriano en una iglesia unitarista, la más escéptica y progresista de las ramas protestantes, que no cree en casi nada.

Después de mucho discutir Cynthia había aceptado que se usara en la boda la palabra "Dios" pero no admitió la palabra "Padre" ni "hijo" porque eran "patriarcales". Y se leyó un fragmento bíblico del Cantar de los Cantares porque le parecía un bonito poema de literatura amorosa. Cynthia se consideraba "espiritual", a su manera.
 
El gran cambio: un bebé
Cynthia no quería tener hijos: podía ir contra su liberación femenina, su carrera, su autorrealización. Pero como su marido sí quería tenerlos, también en ella fue despertando ese deseo. A los 10 meses de casados, ella estaba embarazada. En agosto de 1990, cuando vio el sonograma de su bebé, se abrió todo un mundo, un cambio, en su mente y corazón.
 
"Recuerdo ver a mi hijo en mi vientre por primera vez en el ultrasonido: sus movimientos y su cabeza y espalda curvada. Estaba abrumada y asombrada. No pude sacar esa imagen de mi mente durante días. Tuve sentimientos que no entendía: irritación, confusión, daño... No me di cuenta que estaba empezando a ver a través del velo de mentiras que había creído como pro-elección. Mi hijo en el vientre no era solo un manojo de células de 10 semanas, sino un niño con un corazón latiendo, una espina formada, una cabeza, ojos, brazos y piernas y diminutos deditos en manos y pies. Sentí las mentiras en mi interrior con cada movimiento de mi bebé".
 
Ella quería tener el bebé y también triunfar académicamente, hacer su vida, seguir siendo "progresista e ilustrada". Pero descubrió, con el bebé en brazos, que ella amaba al niño, que lo daría todo por él. "Salí de mí misma por amor a mi hijo", dice hoy.
 
Además, ser ateo y materialista no encajaba con esta realidad de vida, amor, sorpresa y misterio que vivía. "Sabía en lo más profundo que había un diseño en este milagro que yo cuidaba, que este niño no era un arrejuntamiento azaroso de la evolución. Di gracias a Dios por mi hijo y di el paso de aceptar a Dios como posibilidad en mi vida. Poco a poco, como fruto del niño, lo sagrado arraigó en mi vida y me abrió a Dios".
 
Educación New Age... pero colegio católico
A medida que el niño crecía, Cynthia, ilustrada y espiritual, le enseñaba "un poco de todas las religiones". Al niño le gustaba, por ejemplo, la biografía infantil de Siddharta Gautama, Buda, y su amabilidad con todas las criaturas, especialmente con el pajarito herido.
 
Cynthia se alimentaba de autores New Age como Eckhart Tolle, Deepak Chopra y el Curso de Milagros de Helen Schucman. Podía creer en el Dios de la New Age y, de hecho, en llegar a ser ella misma "divina" o "diosa", según las promesas de la Nueva Era.

Pero la “New Age” no abre colegios de calidad para niños y la Iglesia Católica sí. Cynthia y su marido querían una buena escuela, la pública no les gustaba y llevaron al niño a un colegio católico. Como había un descuento importante para los alumnos hijos de parroquianos, Cynthia encargó a su marido que, ya que estaba bautizado católico, acudiese a misa los domingos con el niño y se presentase como parroquiano. Por supuesto, eso implicaba que el niño tenía también su clase de religión.

Su marido al principio era muy reticente de ir a la iglesia, pero lo hizo. Y entonces se avivaron en él los rescoldos de la fe de su infancia: no solo fue a misa, empezó a rezar y a asistir a cursos de Biblia y a retiros, para asombro de Cynthia, que no esperaba nada parecido.

“Yo estaba abierta a un Dios grande y bueno, siempre que no fuera el ‘dios de la religión’; decidí que mi marido tenía derecho a buscar su espiritualidad, siempre que no se la impusiera a mi hijo”.  Eso sí, aceptó casarse por la Iglesia católica, como una concesión o regalo para él.

¿A quién pedir perdón si no es a Cristo?
Después llegó un segundo embarazo, una niña, en 1997. Ahora veía claro que el bebé era un fruto del amor de Dios, que toda belleza y amor en el mundo han de venir de Dios. Y que lo que tomaba forma en su seno “era como un arca cruzando los mares de la cultura de la muerte”. El milagro de la vida le devolvía al horror del aborto. Y con el aborto y su maldad evidente, innegable, radical, la necesidad de pedir perdón pero… ¿a quién?

El primer embarazo le acercó a Dios. El segundo, a Jesucristo, el que quita el pecado del mundo, el único que puede perdonar. Repasó los Evangelios que había desdeñado desde los 17 años: encontró a Cristo, que se hacía hombre y vivía, moría y sufría por los hombres. No era un mero maestro New Age: era verdadero Dios y verdadero hombre.

Y la música del Mesías de Häendel (que se canta tanto en Navidad porque celebra el nacimiento del Niño Dios)resonaba una y otra vez en su cabeza y ella lo canturreaba. Y cuando nació la niña proclamó, con la canción: “Toda la gloria a Dios por este don de mi hijo”. Veía que cada bebé engendrado era una bola de nieve que podía convertirse en un alud de bendiciones, en un millón de almas para el Cielo.
 
"Sentí la presencia de Cristo en misa"
Cuando su hijo mayor insistió un poco en que ella los acompañara a misa, Cynthia accedió. Ya creía en Dios, no podía dañarle un poco de música de coro y ventanas con vidrieras.

Pero a partir de cierto día, en misa, las cosas cambiaron definitivamente. Sintió la presencia de Cristo.

“Mientras la gente pasaba a mi lado en fila para ir a comulgar, como otras semanas, empecé a sentir a Jesús agitándose en mí. Al principio me resistía a su presencia, pero después de la Plegaria Eucarística, un día, sentí a Jesús todo a mi alrededor y dentro de mí como una luz pesada. Era una presencia tan abrumadora, llena de paz y amor, que quería estar en Él siempre. Quería recibirlo en la comunión. Quería estar en su suelo sagrado. Es como si se abriera la puerta al cielo y desde fuera pudiera yo vislumbrar apenas su belleza, su luz y su amor. Ya no había descanso para mí: mi deseo de Cristo ardió desde ese día en adelante”.

Preparándose para ser católica
Hubo dificultades en su paso a la Iglesia Católica: su familia fundamentalista lo desaprobaba contundentemente. Y en la catequesis para adultos ella planteaba objeciones, especialmente a temas de autoridad, el papel de la mujer, el clero masculino… Además, eran los días en que estallaba en la prensa el escándalo por abusos sexuales en EEUU.

Pero nada la detuvo porque ella sentía que “Cristo se mantenía amándome y llamándome y podía sentir su presencia en mi oscuridad. Deseaba recibir su Presencia Real en la comunión tanto que me arrastraba sobre los escombros que yo misma derruía. Estaba abrumada por su misericordia”.

En la Vigilia Pascual de 2002 Cynthia Scodova fue recibida en la Iglesia Católica. Después se hizo catequista en su parroquia y se volcó a leer sobre la fe, a conocer en Internet el mundo de los blogs católicos, a aprender a rezar más y mejor. Tuvo otra hija, y el mayor, aquel bebé que la abrió a Dios, acabó su carrera en la Universidad Franciscana de Steubenville. Las cosas de Dios se hacen grandes, pero empiezan muy pequeñas, como un bebé.

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