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La Biblia no dice el "cómo", sino el "para qué"

Hay personas que justifican su postura como ateos al argumentar que la Biblia no da una explicación clara, científica, sobre el origen del universo; sin embargo, así como nadie busca un número de teléfono al hojear un libro de álgebra, no se puede pretender encontrar en los textos bíblicos un tema distinto al que le atañe o corresponde. Investigar el inicio del cosmos es una tarea interesante, importante y, de hecho, la fe se abre a la razón, pero es un tema que entra en el ámbito de la comunidad científica. Entonces, ¿qué le toca a la Biblia? Explicar cuál es el fin o la meta del ser humano. Sus respuestas no son cuantitativas, sino cualitativas. La ciencia nos dará teorías, datos sujetos a la experimentación, pero a la hora de plantearnos cuestiones existenciales, de tipo filosófico, le toca responder a la fe, partiendo de una búsqueda seria de la verdad, como, por ejemplo, lo hicieron, Santo Tomás de Aquino o Santa Edith Stein. Yo no puedo discernir mi vocación (no confundir con profesión) mirando la tabla periódica, pero sí dejándome orientar por la profundidad de las cartas de San Pablo. Las dos posturas, en este sentido, son verdad, aunque su enfoque metodológico sea distinto. No es una crítica a la ciencia, sino aprender a distinguir la variedad de campos y, sobre todo, comprender que el objetivo bíblico no habla sobre el “cómo”, sino que se centra en el “para qué” de la creación, la vida, el ser humano, la justicia, el sentido de la salvación, etcétera.

¿Quiere decir que solamente baste con que seamos creyentes? No. En realidad, se necesita del binomio fe y razón para alcanzar la verdad. Ahora bien, en ese camino, las cuestiones de tipo cuantitativo, tocan a la ciencia, mientras que la dimensión cualitativa de la vida encuentra un eco en la Biblia, pues se abordan temas que ayudan a tomar decisiones con un criterio profundo, razonado y, al mismo tiempo, abierto a la trascendencia que trae consigo el hecho de aceptar la existencia de Dios, como causa primero o –en palabras de Tomás de Aquino- “motor inmóvil” de todo lo que existe. Es verdad que, en un determinado momento, hay convergencia entre la fe y la razón. Por ejemplo, la teoría del “Big Bang”, propuesta por el sacerdote, George Lemaître, no descarta el fondo del libro del Génesis, pues asegura que hubo un primer momento –en este caso, la explosión- que dio origen al universo. La curiosidad, bien entendida, es algo positivo, pues nos ha llevado a pasar del mito al logos; sin embargo, debe asumirse a partir del campo de que se trate. Aunque hay una clara relación y complemento entre la fe y la razón, son dos campos con un abordaje distinto. Confundirlos, lleva al error.

Por lo tanto, el hecho de no encontrar explicaciones científicas en la Biblia de ninguna manera vale como pretexto para negarla o descartarla. Al contrario, todas las preguntas o inquietudes que vaya suscitando, deben canalizarse, a partir de lo que se pretenda encontrar. El objetivo de la Palabra de Dios, toca la vida; es decir, el sentido de lo que vamos recorriendo. La verdad no se reduce a los cálculos, sino también a la dimensión existencial de cada uno que busca respuestas que están más allá de la materia. De ahí la necesidad de la teología. Sin descuidar el “cómo”, pensemos también en el “para qué”.

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